Este verano el uso de la aplicación “Cuidar” será obligatorio para poder ingresar a los municipios de la Costa Atlántica. El nuevo sistema de vigilancia del Ministerio de Salud de la República Argentina, destinado a la “prevención y al cuidado” de la ciudadanía frente a la “pandemia” del Nuevo Coronavirus Covid-19.
Cada persona deberá establecer obligatoriamente el período
de tiempo de permanencia, lugar de alojamiento y con quienes viajará. A través
de la app, se le informará a la persona si está o no “autorizada" para ingresar
a su destino. El sistema, llegado el caso, podrá cerrar las entradas. No se
podrá ir de un municipio a otro, usted deberá informarlo todo. Por ejemplo en la ciudad de Villa Gesell se
utilizará una aplicación que permitirá o no el ingreso a la playa, siendo el
distanciamiento también obligatorio para aquellos que ingresen al mar. Además para
garantizar su “seguridad” y el aislamiento, el turista podrá "disfrutar" de un
nuevo sistema de vigilancia de drones. Esta será la “Nueva Normalidad”, una realidad distópica y surrealista, un MUNDO INFERNAL pero "feliz”, en el que el “producto” fagocitado será usted.
En el mundo feliz que dejó
plasmado el escritor británico Aldous Huxley en su novela homónima de 1932, las
personas viven drogadas y felices, manipuladas por un plan superior en el que
la ciencia más puntera sólo sirve a una estructura de dominación. Ahora no
tomamos 'soma' -la droga que consumen los personajes de Huxley-, pero tenemos
un abanico infinito de aplicaciones y servicios gratis diseñados
específicamente para convertirnos en felices adictos y en los auténticos
recursos que surten la acumulación de riqueza en el nuevo capitalismo que
ordena el mundo. Bienvenidos al capitalismo de vigilancia, el lugar en el que
nunca nos hemos sentido tan libres pese a ser observados sin descanso.
Tu smartTV te observa. Pero
también tu teléfono, tu coche, tu robot de limpieza, tu asistente de Google y
hasta esa pulserita que monitoriza el número de pasos que das. Una pista: todos
los productos que llevan la palabra smart o incluyen la
coletilla de 'personalizado' ejercen de fieles soldados al servicio del
capitalismo de vigilancia. Así lo resume Shoshana Zuboff, profesora emérita de
la Harvard Business School y creadora del concepto llamado a sepultar el
capitalismo que hemos conocido hasta ahora.
Su origen se remonta a hace dos décadas con la
burbuja de las 'puntocom', y aún no somos conscientes de que la era económica
ha cambiado. Establezcamos primero el nuevo mapa para saber orientarnos en esta
realidad económica.
CAPITALISMO INDUSTRIAL VS.
CAPITALISMO DE VIGILANCIA
En el capitalismo industrial, los propietarios
de los medios de producción son los emprendedores que, a través de una
inversión, compran las materias primas y la estructura necesaria para la
producción de bienes y servicios, y contratan mano de obra con este fin. El
objetivo último es colocar estos productos en el mercado, donde los clientes
coinciden con los trabajadores. El medio sobre el que reposa todo el sistema
del capitalismo de vigilancia, sin embargo, es la infraestructura digital. Las
redes de internet, las tecnologías informáticas y las propias vidas humanas son
los medios de producción imprescindibles para proveer datos personales, la
auténtica materia prima del sistema.
La mano de obra ya no está configurada por
empleados que reciben un salario a cambio de su trabajo, sino por usuarios de
aplicaciones y servicios gratuitos, satisfechos de adquirirlos a cambio de
ceder sin consentimiento a múltiples empresas un registro de sus experiencias
vitales.
En el nuevo capitalismo, los datos personales se acumulan para producir
el bien que se pondrá a la venta en el mercado: predicciones sobre nosotros
mismos. Los propietarios de los medios de producción, ya lo habrán adivinado,
no son otros que los que ejercen el monopolio del negocio digital: Google,
Facebook, Apple y Amazon. A su modelo, sin embargo, se han sumado todo tipo de
compañías del entorno tradicional. "El capitalismo industrial, con todas
sus crueldades, era un capitalismo para las personas. En el de vigilancia, por
el contrario, las personas apenas somos ya clientes y empleados, somos por
encima de todo fuentes de información. No es un capitalismo para nosotros, sino
por encima de nosotros", sentencia Shoshana Zuboff en una entrevista en la BBC.
El filósofo surcoreano
Byung-Chul Han, profesor en la Universidad de las Artes de Berlín y autor de
una decena de libros, profundiza en esta idea: "El ser humano es un
terminal de corrientes de datos, el resultado de una operación algorítmica. Con
este saber se puede influir, controlar y dominar totalmente a las
personas".
CÓMO DESCUBRIÓ GOOGLE LA BOLA DE
CRISTAL
Volvemos a la crisis de las
'puntocom'. A finales del siglo pasado, Google, una compañía entonces alérgica
a la publicidad, tuvo que replantearse su modelo de negocio y cómo lograr
rentabilidad. Sheryl Sandberg, directiva al frente de la publicidad on line de
la firma, llegó a la conclusión de que la combinación de la información
derivada de su algoritmo y los datos computacionales recogidos de sus usuarios
podían ofrecer un análisis muy interesante para que los anunciantes no erraran
su objetivo. Con una predicción de quién necesitaba o deseaba qué, el
anunciante sabía a quién dirigirse y qué venderle.
"Google había encontrado
una fórmula para predecir comportamientos humanos", resume Zuboff, quien
establece en este punto un "giro oscuro e inesperado" en el
capitalismo de vigilancia, "pues reclama experiencias humanas privadas
para convertirlas en datos de comportamiento e integrarlas en el mercado".
Entre 2001 y 2004, los ingresos del motor de búsqueda crecieron casi un
3.600%. En marzo de 2008 Sandberg fue fichada por Mark Zuckerberg para
Facebook, donde implantaría el mismo modelo de éxito.
A partir de aquí, esta
estructura de negocio se extendió a todos los ámbitos económicos, donde los
datos suponen ahora la verdadera fuente de riqueza. "Los servicios que
ofrece el capitalismo de vigilancia consisten en predicciones basadas en datos
sobre nuestros comportamientos, y estas predicciones se venden a otras empresas
como anunciantes, aseguradoras, grandes almacenes o proveedores
sanitarios", desgrana la economista norteamericana.
LA MENTIRA DEL CONSENTIMIENTO Y LA
ADICCIÓN
Para la creación de estos datos
en cantidades masivas para extraer predicciones como de una bola de cristal,
los humanos resultan agentes imprescindibles. La singularidad es que, en este
nuevo capitalismo, nadie les cuenta que suponen la mano de obra gratis. Tampoco
lo importantes que son sus comportamientos, sus hábitos, sus deseos, sus
miedos, sus sueños, sus proyectos, sus dudas. Todos estos detalles, esta
intimidad, es extraída desde la infraestructura digital para ser vendida. Y ni
siquiera hay una remuneración por ello. ¿Cómo hemos llegado a consentir esto?
Para Paloma Llaneza, abogada,
experta en ciberseguridad y autora de Datanomics,
la respuesta se reduce, primero, a que el consentimiento en realidad no existe
cuando escribimos nuestros datos personales rápidamente para bajarnos aún más
rápido una aplicación gratis o recibir una newsletter semanal.
"El consentimiento es una de las grandes mentiras de internet",
afirma en una conversación con el Economista.
La experta asegura que el problema empieza cuando nuestros datos son usados
para otras finalidades y cedidos a terceras empresas que buscan conocernos
mejor y sacar un perfil de cómo somos. Esto es legal, pero el usuario
normalmente accede a los términos sin haberlos leído en profundidad. E incluso
cuando lo hace, resulta difícil no perderse en la terminología legislativa,
técnica y los conceptos. "Sin saberlo, el usuario puede estar dando
consentimiento a ser escaneado en redes sociales y, de ahí, se saca el perfil
de la persona. Solo con las fotos de Instagram ya se pueden deducir cosas del
comportamiento", explica.
Si cada vez más empresas nos están utilizando, la siguiente pregunta es
¿por qué lo aceptamos como algo irremediable? ¿Por qué no decir 'basta'?
Llaneza -quien, por cierto, no utiliza WhatsApp ni está en Facebook- nos invita
a enfocar la atención en otro punto, a adentrarnos en aspectos de la psicología
humana. Sólo entonces resulta obvio que tampoco un alcohólico dice 'basta'
frente a otro botellín de cerveza. "Las aplicaciones están basadas en un
inteligentísimo sistema de adicción y gamificación. Diseñan esto para hacernos
adictos, todo es como un juego y tienes que participar para formar parte de la
sociedad", resuelve.
Una vez que somos adictos,
parece prácticamente imposible decir 'no' a ceder nuestra vida una vez más a
cambio de la 'app' del momento. La abogada considera que las personas no son
inconscientes, sino adictas, y que viven en un estado de infantilización ante
la tecnología. "A mí me preguntan: '¿cómo puedes vivir sin WhatsApp?', y
yo les contesto: '¿y tú cómo puedes vivir tan enganchado?", relata.
El fervor adolescente de querer formar parte de lo último, recibir
atención y no perder comba de lo que hace el grupo afecta ahora a todos los
grupos de edad. Como los personajes de Huxley, las personas son felices con
aplicaciones que les ahorran tareas tan sencillas como apagar la luz. En otros
casos, ni siquiera eso. ¿Recuerda esta app que
cotejaba una foto de la cara con pinturas clásicas para ver a qué rostro
inmortal se parecía más? La finalidad de este juego era crear modelos para el
reconocimiento facial y servirlos en bandeja a la inteligencia artificial para
que, en el futuro, quizá nos puedan denegar el acceso en un local determinado.
De haberlo sabido, probablemente nadie hubiera caído en la trampa. De ahí que
la gamificación, la técnica por la que cualquier cosa adquiere formato de
juego, sea capital en el nuevo sistema.
EL CEBO NO ES
UN REGALO
Además de la gamificación, la
otra clave que explica que se ponga en funcionamiento el ciclo de la adicción
reside en la gratuidad de estos servicios. Las apps gratuitas
son el cebo, no un regalo que le hace una empresa magnánima. A través de ellas,
comienza la extracción de datos, la acumulación de comportamientos que serán
horneados para poner en bandeja un festín de predicciones listas para ser
transformadas en dinero. "Detrás de todo esto está el problema de la
gratuidad", incide Paloma Llaneza, para quien el cebo de los servicios
gratis emergió como fórmula alternativa de la monetización.
La gratuidad no sólo hace más
sencillo que las compañías sigan recolectando datos personales, sino que quede
abierto el grifo de la precarización laboral. O más bien, de una
"autoprecarización" que acabará afectando al mismo ciudadano que ha
descargado un servicio gratis. Así lo explica la experta en ciberseguridad:
"Si no estás acostumbrado a pagar por contenidos, por servicios, por
información especializada, al final alguien en el otro lado de la cadena de
valor se resentirá. Alguien perderá su trabajo y, antes o después, a ti te va a
tocar".
Las personas, felices con la innovación tecnológica -como en cualquier
religión, la crítica no es tolerada-, han abierto las puertas de su casa a que
la vigilancia continúe en su refugio más íntimo. El llamado Internet de las
Cosas, que ya cuenta con sus primeros escándalos tras convertir a ingenuos
juguetes en espías de niños, ha llegado para maravillarnos con sus efectos
hipnóticos. "Le digo a Alexa que me apague las luces y las apaga. ¡Es magia!",
ejemplifica con sorna Llaneza, aludiendo al 'asistente' de Google.
Los aparatos conectados a internet nos ofrecen un panorama oscuro donde
la vigilancia queda sellada. En concreto, la autora de Datanomics alerta sobre la evolución de
la televisión inteligente -smart TV-. Los
últimos modelos están concebidos para que la conexión a la red sea 24 horas los
siete días de la semana. "Es como tener un micrófono en tu casa", se
queja Llaneza, quien advierte de otra perversión más: las apps que
permiten encender la televisión desde el propio móvil. Así, los hábitos que se
tienen ante la televisión, el tiempo que pasas viéndola, "si paras en una
escena determinada de sexo, de amor o violencia", quedan guardados y se
mezclan con los datos extraídos del móvil.
Los robots de limpieza conocen el perímetro de tu casa, tu coche sabe
si metes bien o mal las marchas, tu libro electrónico registra qué prefieres
leer, y Alexa... Alexa lo sabe todo. "El hombre y sus datos se ponen al
servicio de internet. Pienso que estoy leyendo un ebook, pero en realidad es el
ebook el que me lee a mí", critica el filósofo surcoreano Byung-Chul Han.
VIGILADOS PERO 'LIBRES' Y FELICES
¿Han pasado por delante de un
gimnasio e inmediatamente han recibido una notificación con una irresistible
oferta para apuntarse? ¿Han chateado con un amigo por WhatsApp sobre un viaje a
Estocolmo y han empezado a recibir anuncios de alojamiento en Suecia? ¿Han
comentado en voz alta que les apetece comer una pizza y su pantalla les
bombardea con ofertas de alguna conocida pizzería? Si alguna vez les ha pasado
algo de esto, no se maravillen y párense a pensar. No es magia, es el
capitalismo de vigilancia alimentándose de sus vidas.
Por Patricia C. Serrano- El Economista
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