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miércoles, 25 de noviembre de 2020

EL GRAN RECUERDO

Imagen: Torres heladas, Mar de Weddell. Antártida. Por Scott Ableman.


Caminamos por la estepa. Era de noche y nos sentamos junto a un arbusto. Mi acompañante extendió la mano y cogió un pequeño fruto.

-¿Lo has probado?- me preguntó.

-Sí; conozco su sabor. Es el fruto del regreso.

-Calafate, lo llaman. El que lo come vuelve siempre a esta región y a esa ciudad…….Yo diría, más bien, que aquí volverán siempre aquellos que gustaron de su sabor, pero que no llegaron hasta el fondo de su recuerdo. El que estuvo aquí y nada vio, tarde o temprano retornará en las edades; porque en el camino eterno sólo le permitiré el paso si cumple con este requisito. Yo soy quien guarda el umbral. Nadie cruzará hasta los hielos sin mi autorización y sin que yo estampe mi signo en su frente……Mejor dicho, muchos pasan; son “los muertos”, los que van y vienen por todas partes, los “exploradores”. Esos van y es como si no fueran. Llegan hasta allí, miran sin ver, oyen sin oír, levantan viviendas. A ésos, ni siquiera les veo. No existen. Pueden pasar porque no me preocupo de impedirlo. Pero alguna vez tendré que hacerlo; porque algún día cambiarán….

-Dime, ¿quién eres?-le pregunté-. ¿Y por qué te veo desde hace tanto tiempo? Te aparecías ya en mi infancia. Creo que eras mi compañero de juegos cuando niño.

La sombra rió otra vez.

-Mi raza nada tiene que ver con la tuya. Somos dos mundos distintos. Tú y yo no podremos juntarnos nunca. Solamente nuestros dioses podrían fundirse. A la inversa de tu humanidad, yo vengo del sur. Ustedes van hacia el sur, deben ir hacia el sur. Mi raza, por el contrario, procede de los hielos, de ahí viene y nuestra sabiduría es tan lejana y misteriosa como ellos. En un remoto pasado cruzamos todo ese continente al que tú vas hoy y, de allí, extrajimos la vitalidad. Tú crees que la humanidad es de ayer, yo sé que la humanidad es de siempre. Pero hay distintas humanidades, tan distintas unas de las otras como los vientos de la tierra, como tú y yo. Te he dicho antes que bien podremos ser una misma persona: pero, a la vez, somos diferentes. He ahí el misterio. Como hombres nunca podremos acercarnos; el camino de nuestras sombras no encontrarán jamás un puente; sin embargo, nuestros dioses podrían reencontrarse, hacerse uno. Sólo revistiéndote de la piel de Dios, podrás superar el tiempo y contemplar lo que fue inmutable.

Desde ese momento, a la vez que escuchaba esas palabras, empecé a contemplar. Y era como si de mí sustrajeran un largo discurso entretenido con visiones.

“¡Avalón, Avalón-me decían-, la ciudad de las manzanas! ¡Qué bellas manzanas de oro hubo en otro tiempo! ¿Recuerdas? Animales amables y emblemáticos te hablaron de las frutas. Y ahí, en ese mundo perdido, en ese continente central, crecía un árbol. ¿Era un manzano, o era un ceibo? Era una Madre Ceiba. Creció desde el Infierno, desde el centro de la tierra y cruzó con su follaje la superficie dura y alcanzó hasta los trece cielos. Los hombres subían por él para gustar las doradas manzanas. En torno al tronco estaba enrollada la serpiente de Quetzalcoatl y de Bochica; las barbas de Bochica con bellas plumas de quetzal. Ella, la serpiente, le prestaba sus alas a los hombres para que pudieran subir. Mas, ¿qué sucedió? ¿Por qué el paraíso de Avalón se transformó en la lejana, la antigua Ciudad de los Muertos? La serpiente era la luz y, de pronto, cayó del árbol hacia el pozo del infierno. ¿Quién destruyó sus alas y sus plumas?”

-Te contaré-me decía la sombra-. La humanidad ha existido muchas veces antes. Pero el tiempo es circular y todo se repite. Así como hay días y hay noches, así hay ciclos que se abren y se cierran. Lo que una vez fue, siempre volverá a ser. Hace muchos, muchos años, hubo un continente central donde floreció una gran esperanza con visos de eternidad. Todo cuanto descubres en tu peregrinación a través del mundo, es sólo retazos de esa lejanía espantable, de esa infancia de los tiempos. Tu mismo Dios ya existió allí. Fue ahí donde primero lo crucificaron. La crucifixión que conoces es sólo un reflejo de las anteriores. En aquel tiempo los continentes estaban reunidos. Pero se acercó la hora en que todo debía desaparecer. Una gran ola enfurecida sumergió de un golpe a la maravillosa Ciudad de Avalón, donde las frutas de oro crecían en los jardines del sol. Todo desapareció casi sin recuerdos y los hielos de la muerte cubrieron la colina del paraíso. La serpiente con plumas también había muerto, incapaz de detener a las aguas enfurecidas. En la Edad del Hierro alguien tendría que descender a los infiernos para rescatar su luz y su legado……Esta es la historia. Y no sé bien si ella aconteció en la tierra o en el cielo. Procedo de ese tiempo, de ese mundo derruido y soy un extranjero en este universo. Antes de partir quiero revelarte el sentido de todo esto. Es muy simple está más allá de los recuerdos perturbadores de los dioses y de los mitos. Todo se repite; lo que fue una vez, será de nuevo. El mundo que se destruyó, volverá a destruirse. Todo es como una siembra. Una gran mano invisible dispersa sobre las llanuras y cuando un número siempre idéntico ha fructificado, no importan los que se pierdan. Otra siempre está a punto de terminar. Se acerca la hora; hay que estar sordo y ciego para no percibir sus signos. Es por ello que debes apresurarte y seguir hacia el Oasis de los hielos, único refugio en donde te salvarás. Tiene que ser despiadado y tenaz; en nada puedes reparar, nadie tiene derecho a torcer tu voluntad; pasa por encima de todo, de la vida y de la muerte, pues, si flaqueas, habrá muchos otros dispuestos a ocupar tu lugar, arrebatándote la eternidad. Ya las puertas están a punto de cerrarse y, cuando esto suceda, los que queden fuera sólo serán semilla inútil, fruto estéril, que el vendaval dispersará y el rayo arrancará de cuajo.

Extraído de la obra: "Quien llama en los hielos". Miguel Serrano (1957)