Porque a nadie
le cabe en la cabeza que si en este país, como dicen, se hubiesen producido más
de 50.000 fallecimientos, de ellos mil en Galicia, y casi millón y medio de
diagnosticados, estuviésemos en la incertidumbre y en la dejadez en la que
estamos. No puede haber los muertos que nos dicen mientras se retrasan las
medidas a adoptar, o son contradictorias pese a tratarse del mismo enemigo. No
entenderíamos, si estuviésemos en esa situación de emergencia, que se dictasen
restricciones por sorpresa, a no ser que sea para pillar desprevenido al virus.
Ni que fuesen vigentes hoy sí y mañana no, porque creen que el microbio, o lo
que sea, se toma días de descanso. Tampoco permitirían, y mucho menos
subvencionarían, que cientos de participantes de una vuelta ciclista entren y
salgan a su antojo de ciudades que llevan semanas aisladas. La situación no
puede ser la que nos cuentan. Nadie en su sano juicio aceptaría que un
responsable sanitario en pleno caos responda «los necesarios» al ser preguntado
por la cantidad de trabajadores del Centro de Seguimiento de Contactos. Y si la
cosa fuese tan seria, los españoles haríamos como los alemanes y dedicaríamos
el 14 % de nuestro PIB a la gestión de la pandemia y no el 3,6 %.
Tengamos la
certeza de que, aunque solo fuese por respeto a los muertos, a sus familias y a
los que se sufren en las ucis y hospitales, no osarían protagonizar trifulcas
más propias de una barra americana que de unos mandatarios. Olvidarían los
rendimientos electorales y se tomarían las cosas en serio. Pero si no lo hacen
es porque esto de la pandemia no deja de ser una farsa. Un embuste. Que en eso
son especialistas.
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